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En la primera semana del gobierno de Donald Trump México recibió a 4,094 deportados, la mayoría mexicanos. “No ha habido un incremento significativo”, dijo la presidenta Claudia Sheinbaum el 27 de enero en su conferencia de prensa matutina.
Tiene razón. Si se mantuviera este número de deportaciones a lo largo de un año, 52 semanas, el número total sería de 212,888. La cifra sería un poco mayor a los 190,491 de 2024, pero el promedio en los últimos 15 años, de 2009 a 2024, ha sido de 293,333 anuales.
El presidente estadounidense que más ha deportado a mexicanos no ha sido Trump sino Barack Obama quien, en su primer período de gobierno, de 2009 a 2012, expulsó a 1.8 millones de mexicanos y en el segundo, 2013 a 2016, a un millón. Joe Biden, de 2021 a 2024, deportó a 824 mil mexicanos. Sorpréndase usted porque el presidente que menos deportaciones de mexicanos realizó fue Donald Trump en su primer cuatrienio de gobierno, de 2017 a 2020, con solo 766 mil.
Los discursos no son necesariamente indicativos de las políticas que aplican los presidentes de Estados Unidos o de cualquier país del mundo. Si algún mandatario pudo haber sido acusado de debilidad en su política de deportaciones sería Trump en su primer período de gobierno, pero su retórica, tanto entonces como ahora, ha sido la más agresiva.
Debemos acercarnos a este nuevo cuatrienio de gobierno de Trump con esta realidad en mente. Sus discursos en contra de los extranjeros indocumentados, a quienes de manera sistemática llama “criminales”, están hecho para infundir odio a los extranjeros, especialmente a mexicanos y centroamericanos. Sus primeras redadas en contra de quienes se encuentran en el país de manera ilegal se han concentrado fundamentalmente en ciudades y barrios con altos porcentajes de población latina. Hay un claro tono racista en sus arengas. No está en contra de todos los extranjeros. Su propia madre era inmigrante, nacida en Escocia; su abuelo, alemán. Su primera esposa, Ivana, venía de Checoslovaquia, y la tercera y actual, Melania, nació en Eslovenia.
Trump ha dicho que está a favor de una migración legal más abierta, pero no ha mostrado ningún interés en impulsar iniciativas para lograrla. Sus histriónicas primeras medidas desde la Casa Blanca han pretendido encontrar y deportar a inmigrantes ilegales, algunos de los cuales llegaron desde niños a Estados Unidos y no conocen ningún otro país. Habrá que ver si ahora realmente expulsa a más migrantes mexicanos y centroamericanos que Obama, pero tendremos que estar atentos también a las consecuencias en la economía estadounidense.
Estados Unidos tiene en este momento una economía de pleno empleo: su tasa de desocupación de 4.1 por ciento es muy baja para un país con seguro de desempleo. Sin embargo, en la industria de la construcción hay 1.5 millones de trabajadores indocumentados, el 13.7 por ciento del total. En agricultura los indocumentados suman 244 mil o 12.7 por ciento. En la industria de la hospitalidad –hoteles y restaurantes— ascienden a 1 millón, que representan el 7.1 por ciento. De los 11 millones de extranjeros que viven en Estados Unidos, 6 millones están trabajando y pagando impuestos, aunque reciben menos servicios que los estadounidenses. De alguna forma subsidian los servicios de los nativos. Además, cometen menos crímenes, a pesar de que Trump los llama a todos criminales.
Si Trump lograra realmente expulsar del país a 6 millones de trabajadores y a sus familias provocaría una crisis económica que afectaría especialmente a la construcción y la agricultura. Quizá por eso prefiere repartir insultos y amenazas, aunque hasta ahora sus deportaciones han sido menores a las de otros presidentes.