
Foto: Donald J. Trump
LOS LÍDERES DE LA POLÍTICA
El periodista Sergio Sarmiento aborda los embates de Trump a sus socios comerciales México y Canadá.
Hay que reconocerle una gran habilidad a Donald Trump: su capacidad para provocar pleitos innecesarios con países amigos. Es el caso hoy de Canadá, como lo ha sido también de Ucrania en las últimas semanas, pero en el futuro podría ser también el de México.
Trump ha mostrado un absoluto desprecio hacia Canadá desde antes de empezar su actual mandato. Como presidente electo no solo amenazó al vecino con imponerle aranceles violatorios al Tratado México-Estados Unidos-Canadá, que él mismo firmó, sino que ha insistido que Canadá debe incorporarse a la Unión Americana como el estado número 51. En un principio parecía un simple chiste, una forma más en la que buscaba llamar la atención de los medios, pero cada vez es más claro que en su mente esta idea es realista y razonable. En las conversaciones que tuvo con Justin Trudeau, hasta hace unos días primer ministro de Canadá, lo llamaba burlonamente “gobernador”.
Poco le importa a Trump que los canadienses estén perfectamente satisfechos con ser independientes. Una encuesta del Angus Reid Institute, una fundación canadiense, publicada el 14 de enero, encontró que el 90 por ciento de los canadienses se oponen a que su país pase a formar parte de los Estados Unidos. Poco les importa si esa independencia significa que los productos canadienses pagarán un arancel para entrar al mayor mercado del mundo y que quizá eso disminuya su prosperidad. El nacionalismo no necesariamente depende del dinero.
Estos últimos días se suscitó un nuevo enfrentamiento. Doug Ford, el primer ministro de Ontario, la provincia más industrializada y poblada de Canadá, anunció el lunes 10 de marzo que aplicaría un impuesto de 25 por ciento a la venta de electricidad a Estados Unidos como represalia por los aranceles de Estados Unidos a los productos canadienses. Ford, un político muy conservador, es un poco como Trump: es el mismo que en noviembre de 2024, después de la elección de Trump, propuso excluir a México del T-MEC. En este caso, sin embargo, se metió en un pleito con un gigante más poderoso que lo doblegó. Trump anunció este martes 11 de marzo que duplicaría los aranceles a Canadá de 25 a 50 por ciento en represalia por la medida. Ford se echó para atrás y al final del día parecía que Trump también lo haría, aunque la situación no estaba del todo clara. Los mercados bursátiles, que ya se habían desplomado por el daño de los aranceles de Trump, volvieron a caer ayer.
La presidenta Sheinbaum ha sido más prudente en sus tratos con Trump, quizá porque entiende que el presidente de Estados Unidos es un bully agresivo y maleducado y que eso no va a cambiar. Estas son las características que, de hecho, lo hermanaban con el expresidente López Obrador, también grosero en sus tratos con los demás, y lo que explica por qué se hicieron amigos pese a tener ideologías muy distintas. Sheinbaum también está consciente de que Trump es un misógino, pero en lugar de confrontarlo se ha comportado con prudencia. No ha faltado quien la cuestione por eso, pero sus resultados han sido hasta ahora positivos. Si algo reconoció siempre su mentor, Andrés Manuel, es que a México no le conviene meterse a las patadas con un país tan poderoso como Estados Unidos, especialmente cuando el presidente es alguien tan irracional como Trump.
Tarde o temprano, sin embargo, a Trump y a los estadounidenses les tocará pagar un precio por la prepotencia con la que el presidente trata a los demás. Ningún país puede darse el lujo de pelearse con todo el mundo, especialmente con sus aliados. Trump se ha distanciado de sus socios naturales, como Canadá y Europa occidental, mientras que se ha acercado a dictaduras como Rusia. Al final habrá un precio que pagar. Quizá ningún país pueda ser rival de Estados Unidos en este momento, pero ni siquiera la mayor potencia del mundo tiene más fuerza que todo el resto del planeta.
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