
Foto: X de Donald Trump / Cuartoscuro
El periodista Sergio Sarmiento aborda los conflictos recientes entre México y Estados Unidos
El último capítulo de la tragicomedia ha sido la decisión de Donald Trump de imponer al tomate mexicano un arancel de 17.09 por ciento después de más de 30 años de un acuerdo que lo había mantenido en cero. Pero en realidad este no es más que un golpe adicional de muchos que el presidente de Estados Unidos ha asestado directamente a México.
Antes fue la carta con la que Trump le anunció a la presidenta Claudia Sheinbaum que aplicaría un arancel de 30 por ciento a los productos de nuestro país por no haber detenido el flujo de fentanilo y por tener un superávit en la balanza comercial. Previamente fue una nueva suspensión del ingreso de ganado mexicano en pie, por la detección de un nuevo caso de gusano barrenador en el sur de México. Unos días antes fue el anuncio del Departamento del Tesoro de que estaba investigando a dos bancos y una casa de bolsa mexicanos por supuesto lavado de dinero.
Quizá ya deberíamos haber aprendido que ninguna medida nuestra dejará satisfecho al presidente estadounidense. Trump y su gobierno simplemente están buscando excusas para “castigar” a México. Esto se debe en parte a que a Trump le gustan los aranceles y afirma, contra todas las experiencias históricas, que traerán prosperidad a Estados Unidos, pero también a que le encanta ser el bully del barrio o, más bien, del mundo.
Tanto el presidente como sus funcionarios consideran a México como un enemigo y no un amigo… o siquiera un socio comercial. No olvidemos las palabras de Pam Bondi, la fiscal general de Estados Unidos, cuando dijo el pasado 25 de junio ante el Comité de Gastos del Senado:
“No nos dejaremos intimidar y mantendremos a Estados Unidos a salvo gracias al liderazgo del presidente Trump. No solo frente a Irán, sino también frente a Rusia, China y México. Frente a cualquier adversario extranjero, ya sea que intente matarnos físicamente o mediante la sobredosis de nuestros hijos con drogas”.
Los mexicanos somos “adversarios” para el actual gobierno en Washington. Es verdad que el presidente Trump desprecia por igual a casi todos los países que han sido aliados de su país. Hemos visto sus constantes afirmaciones de que Canadá debe renunciar a su independencia y convertirse en parte de los Estados Unidos, también sus cuestionamientos a los países de Europa occidental y las críticas a sus aliados militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN. Incluso Groenlandia, territorio autónomo de Dinamarca, uno de los países más pacíficos del planeta, ha sido objeto de las ruidosas ambiciones territoriales del presidente de Estados Unidos.
Trump, sin embargo, ha sido particularmente duro con México. Su odio hacia nuestro país ha sido evidente desde hace años, cuando hizo campaña la primera vez, en 2016, con el lema de que construiría un muro en la frontera con México y que México tendría que pagar. Dijo también en 2026 que los inmigrantes mexicanos eran narcotraficantes, violadores y, en general, “bad hombres”.
Entiendo que la presidenta Sheinbaum no tiene más opción que tener la cabeza fría y tratar de buscar acuerdos en los muchos temas que Trump abre a discusión cada semana, pero no podemos pensar que ceder en algún campo generará una mayor apertura en otros. A Trump no le importa dañar con sus acciones a sus propios ciudadanos, como ha ocurrido con los aranceles. Tampoco le interesa ser consistente: canceló el TLCAN porque dijo que era el peor tratado comercial de la historia, negoció el TMEC y lo alabó como el mejor, pero solo para violarlo abiertamente ahora.
Trump tiene una necesidad psicológica de humillar a sus adversarios, y a México lo ve como tal. Es necesario seguir negociando con él, porque Estados Unidos es un socio comercial demasiado importante como para darnos por vencidos. Pero no pensemos que alguna acción nuestra lo dejará satisfecho. Para él los acuerdos con los adversarios son solo excusas para exigir nuevas concesiones, y México es el adversario que más aborrece.
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