
Foto: Cuartoscuro
Escándalos, pugnas internas y una creciente distancia de sus principios fundacionales encienden las alarmas en el partido gobernante, evocando el camino que llevó a la extinción al PRD.
Morena, el partido hegemónico de México, se encuentra en el ojo del huracán. Escándalos recientes como la investigación contra el exsecretario de Seguridad en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, o las imágenes de lujo que rodean a figuras cercanas a la cúpula, han desatado una ola de críticas.
Si a esto se suman las evidentes pugnas por el poder tras el retiro de su fundador, el panorama evoca inevitablemente la historia del PRD: el partido que alguna vez fue el gran referente de la izquierda y hoy ya no existe.
El PRD nació como una fuerza política fundamental en la transición democrática de México, impulsado por el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez tras el controvertido proceso electoral de 1988. Representó a millones que anhelaban una alternativa al poder hegemónico del PRI.
Sin embargo, tras años de victorias clave —como la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, su principal bastión—, el partido comenzó a ser devorado desde adentro. El surgimiento de “tribus” internas y la subsecuente salida de sus liderazgos más importantes lo condujeron a una lenta extinción.
El PRD se caracterizó por la formación de facciones ideológicas internas. La más dominante fue Nueva Izquierda, mejor conocida como ‘Los Chuchos’, liderada por Jesús Ortega y Jesús Zambrano, quien fue el último dirigente nacional del partido. Otras corrientes de peso fueron la Corriente Democrática Nacional de Cárdenas y Muñoz Ledo, Foro Nuevo Sol de Amalia García, e Izquierda Democrática Nacional, controlada por René Bejarano.
Aunque en un principio todas parecían convivir de manera pacífica dentro del partido, el punto de quiebre fue la controvertida elección de dirigencia en 2008, cuando el TEPJF otorgó el triunfo a Jesús Ortega sobre Alejandro Encinas. A partir de entonces, el pragmatismo de ‘Los Chuchos’ se impuso, llevando al PRD a forjar alianzas electorales con adversarios históricos como el PAN.
Tras dos décadas de militancia y dos candidaturas presidenciales, Andrés Manuel López Obrador renunció al PRD en septiembre de 2012. Su partida, motivada por el rechazo al ‘Pacto por México’, no fue solo la de un militante más; fue el éxodo del líder que había llevado al partido a ser la segunda fuerza nacional en 2006.
Con él se fueron decenas de militantes y simpatizantes, vaciando la base social del partido, especialmente en la CDMX. La salida de AMLO para fundar Morena profundizó las divisiones internas y dejó un vacío de liderazgo que nadie pudo llenar, acelerando la pérdida de gubernaturas, escaños y, finalmente, del registro.
Si bien las alianzas locales ya generaban ruido, el golpe definitivo a su identidad de izquierda fue el ‘Pacto por México’. Impulsado por el presidente Enrique Peña Nieto en 2012. Este acuerdo permitió la aprobación de reformas estructurales contrarias a las luchas históricas del perredismo.
La salida de figuras como Cuauhtémoc Cárdenas y la consolidación de alianzas formales con el PRI y el PAN —en las coaliciones ‘Por México al Frente’ (2018) y ‘Va por México’ (2024)— borraron su esencia. El electorado dejó de verlo como una opción de izquierda, lo que culminó en dos derrotas estrepitosas frente a Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum. Finalmente, al no alcanzar el 3% de la votación federal, el PRD perdió su registro oficial en septiembre de 2024.
Hoy, Morena es una aplanadora electoral, pero comparte con el extinto PRD un riesgo fundamental: la ausencia del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.
Aunque sus estatutos lo prohíben, la existencia de grupos es evidente. El reacomodo tras la contienda interna que ganó Claudia Sheinbaum y que dejó a Marcelo Ebrard como un actor con grupo propio, es un ejemplo, pero no el único. Las pugnas entre los coordinadores parlamentarios, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, han sido interpretadas por analistas como una abierta lucha por el poder.
El propio Monreal lanzó una advertencia clara: “Si caemos en la lógica de las facciones, de los egos, por encima del bien común, corremos el riesgo de repetir los errores de movimientos que terminaron desapareciendo”, escribió en un artículo en abril pasado.
A esto se suma la afiliación de perfiles polémicos, como el exgobernador priista Alejandro Murat, que ha generado protestas en la militancia. Pero el paralelo más peligroso con el PRD es la pérdida de identidad y valores. La austeridad fue un pilar del movimiento, y los recientes escándalos de viajes y lujos de figuras prominentes golpean directamente su credibilidad.
Estos actos contradicen los constantes llamados a la “justa medianía” de la presidenta Claudia Sheinbaum, heredera de un movimiento que ahora debe demostrar si puede sobrevivir a su propio éxito y a los fantasmas de la izquierda que le precedió.