
Foto: Facebook
Carlos Manzo sí tenía miedo pero lo afrontaba con valentía, según reveló en una entrevista semanas antes de su asesinato.

El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no solo ha desatado una ola de indignación en todo el país, también han resonado sus constantes advertencias sobre la seguridad y la “narcopolítica” que existía en Michoacán y en todo México.
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A unos días de su homicidio, ocurrido la noche del 1 de noviembre durante un acto público en el centro de Uruapan, se han revivido los llamados, además de que manifestaba su temor de que un día sufriera un ataque que terminara con su vida.
“También tengo mucho miedo, pero tengo que acompañarlo de valentía. No podemos dar ni un paso atrás. Está en riesgo nuestra vida, está en riesgo la vida de nuestro gobierno y de los ciudadanos, incluso la del propio presidente municipal”, manifestó Manzo en una entrevista con Joaquín López Dóriga, realizada en septiembre pasado.
Sin embargo, lo que ha causado más indignación ha sido la esperanza de no convertirse en una estadística más de los alcaldes asesinados en México a manos del crimen organizado.
“No quiero ser un presidente municipal más de la lista de los ejecutados, de los que les han arrebatado la vida. No quiero que la Policía Municipal siga siendo parte de la estadística ni los ciudadanos de trabajo honestos y honrados que son víctimas de este cáncer social”, señalaba el edil michoacano.
El alcalde, quien operaba con protección de la Guardia Nacional tras recibir múltiples amenazas de muerte, fue insistente en la necesidad de una respuesta frontal y de aplicar “mano dura” contra los delincuentes, desafiando abiertamente la política de “abrazos no balazos”.
Las advertencias de Manzo no se limitaron a la violencia en las calles. También apuntó a un problema estructural profundo, denunciando que el crimen organizado “no se puede mover sin la complicidad de gobiernos corruptos”.
Hizo un llamado a los gobernantes a romper cualquier nexo con el narcotráfico para poder actuar en beneficio de la sociedad, sugiriendo la presencia de la temida “narcopolítica” en la entidad.

La tragedia desató una profunda ola de indignación que se manifestó de forma inmediata en las calles de Michoacán. El 3 de noviembre, masivas marchas ciudadanas se llevaron a cabo en Morelia, Uruapan y Pátzcuaro, unificadas por el clamor de justicia para Manzo y por el fin de la violencia en la región.
En la capital, Morelia, la protesta del día después al asesinato escaló hasta la irrupción violenta en el Palacio de Gobierno, donde un grupo de manifestantes logró ingresar a la sede del Ejecutivo para expresar su hartazgo y exigir la renuncia del gobernador.
Estos disturbios, que resultaron en destrozos y detenciones, reflejaron la frustración y la desesperación de la sociedad michoacana ante la falta de seguridad.


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