Foto: Tomada de Facebook/Donald Trump
Por Sergio Sarmiento
A los políticos les gusta engañar a los ciudadanos y Donald Trump no es la excepción. Lo vemos ahora en su anuncio de este 14 de enero de que dejará de cobrar impuestos a los estadounidenses para hacer que los paguen los extranjeros.
La verdad es que todos los impuestos siempre los terminan pagando los gobernados. Esto ocurre con el impuesto sobre la renta, el impuesto corporativo, el impuesto a las ventas o sales tax, el impuesto al valor agregado, el predial, el impuesto sobre las nóminas o los aranceles. Todos recaen finalmente sobre quienes viven en el país que los cobra.
Ronald Reagan, que Trump dice admirar, lo dijo con claridad en febrero de 1981 cuando le propusieron gravar con más impuestos a las empresas para no afectar a las personas. Él respondió: “Los negocios no pagan impuestos. Pero no se equivoquen. A las empresas sí les cobran impuestos, tanto que nos estamos volviendo menos competitivos en los mercados mundiales. Pero los negocios deben trasladar sus costos de operación al consumidor, y esto incluye los impuestos, en el precio del producto. Solo la gente paga impuestos, todos los impuestos. El gobierno solo usa a los negocios como una forma furtiva de cobrar impuestos. Están ocultos en el precio. No estamos conscientes del impuesto que realmente pagamos”.
Lo mismo sucede con los aranceles, que son los impuestos que los gobiernos cobran a las importaciones. Los cubre el consumidor cuando paga más para adquirir el producto importado que necesita o quiere, pero también cuando se ve obligado a adquirir un producto más caro y de inferior calidad porque el arancel ha vuelto prohibitivo el que hubiera adquirido por decisión propia.
Trump tiene toda la razón cuando afirma que hay que reducir los impuestos. En su primer período de gobierno bajó el gravamen corporativo de 39 por ciento, uno de los más altos del mundo, a 25 por ciento, que es el promedio internacional. Logró así que muchas empresas que mantenían fuertes cantidades fuera del país, donde el impuesto corporativo era menor, lo repatriaran y usaran para nuevas inversiones. Los más beneficiados fueron los estadounidenses.
Pretender sustituir hoy el impuesto sobre la renta con aranceles no solo viola el T-MEC y todo el marco legal internacional, sino que generará una guerra comercial en la que todos saldremos perdiendo. El problema es que Trump, como antes Andrés Manuel López Obrador en México, quiere gobernar con ocurrencias, sin importar las consecuencias negativas de sus actos.
En 1930 el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Smoot Hawley que subió fuertemente los aranceles a pesar de las advertencias de los economistas. La medida llevó a que otros países subieran también los suyos, lo que llevó a un desplome del comercio internacional. La mayor consecuencia fue la gran depresión, que empobreció al mundo, empezando por los estadounidenses, y que ayudó al ascenso de regímenes autoritarios como el de los nazis en Alemania.
Es difícil saber qué tanto daño puede generar Trump ahora con sus nuevos aranceles. Sabemos que serían ilegales porque violarían el T-MEC y las reglas de la Organización Mundial de Comercio. También que llevarían a represalias de otros países y provocarían una gran recesión. Pero a Trump no parece importarle el daño que provoque a los estadounidenses y al mundo.