Foto: TOMADA DE FACEBOOK/CUARTOSCURO.COM
En política, por lo general, la victoria de uno significa la derrota de otro. Sin embargo, gracias a la magia de la comunicación, existen casos excepcionales en los que, ante un mismo hecho, más de una parte puede presentarse como ganadora. Ese podría ser el caso de la relación entre los gobiernos de Donald Trump y Claudia Sheinbaum en torno al tema de las deportaciones.
Para Trump, la historia es, en principio, un caso de éxito, ya que, como muestra el timeline de la Casa Blanca en X, las deportaciones no solo representan una promesa cumplida para su base electoral, sino también una acción necesaria para expulsar de su país a personas que —según su narrativa— constituyen una amenaza para la población.
En contraste, para Claudia Sheinbaum —como para buena parte de los países latinoamericanos— las deportaciones pueden alimentar un relato de solidaridad hacia un grupo de población visto como heroico debido a la cantidad de recursos que históricamente ha enviado al país. Además, su recepción puede plantearse —como intentó hacerlo estos días el presidente colombiano, Gustavo Petro— como una defensa de la dignidad de los connacionales injustamente tratados por los Estados Unidos.
Por supuesto, en la gestión de la vida real, en la que intervienen recursos y personas concretas, el reto es mucho más complejo para los países que, de pronto, deben brindar servicios y garantizar los derechos de decenas de miles de personas. No obstante, como han demostrado una y otra vez los gobiernos de la 4T, una cosa es lo que ocurre en el terreno, y otra muy distinta lo que sucede en el mundo de la propaganda. En ese plano, no debe descartarse que tanto la nueva administración de Estados Unidos como la de México puedan sacar provecho político de esta nueva situación.