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¿Cómo llegamos al punto en el que un joven de 17 años termina asesinando a Carlos Manzo?

Por Hannia Novell
¿Cómo llegamos al punto en el que un joven de 17 años termina asesinando a Carlos Manzo?
Para muchos, la sorpresa es el crimen.
Para otros, lo sorprendente es que todavía haya quien crea que esto no iba a pasar.
En México, el crimen organizado recluta más rápido que el Estado. Y los datos lo demuestran.
Según la Red por los Derechos de la Infancia, al menos 30 mil niños y adolescentes han sido reclutados por grupos criminales en los últimos años. La ONU enumera a México entre los países con mayor participación de menores en actividades delictivas. No es una excepción. Es una fábrica.
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Y mientras tanto, nos dicen que los programas sociales son la solución.
Que con una beca basta.
Que un apoyo económico evita que un joven termine en manos del narco.
Pero la realidad es otra.
Un tercio de los jóvenes mexicanos vive en pobreza. Más de cinco millones no estudian ni trabajan. Una tarjeta ayuda, sí. Pero no compite con que el crimen organizado les ofrezca tres, cinco o 10 mil pesos a la semana por convertirse en halcones, cobradores, choferes o gatilleros.
El narco, a diferencia del Estado, sí llega.
Recluta, entrena, da identidad, paga en efectivo y ofrece protección.
Mientras que el gobierno presume cifras, los cárteles ofrecen futuro.
Las escuelas tampoco los salvan. México tiene una de las tasas más altas de abandono escolar en Latinoamérica: más de seiscientos cincuenta mil estudiantes dejaron la escuela solo el último año. Y en muchas colonias, la escuela ni siquiera es un lugar seguro. Hay salones controlados por bandas, cuotas que se pagan para no ser agredido, maestros que renuncian por amenazas.
Después queremos explicar por qué un adolescente mata.
Como si hubiera nacido homicida.
Como si no hubiera señales desde hace años.
La pregunta no es cómo un menor pudo asesinar a Carlos Manzo.
La pregunta es: ¿dónde estaba el Estado cuando ese menor lo necesitaba?
No había deporte.
No había cultura.
No había orientación.
No había trabajo.
No había futuro.
Y cuando el crimen lo reclutó, entonces sí, nos indignamos.
Cada joven reclutado es una victoria para el narco y una derrota para el Estado.
Y cada vez que un adolescente se vuelve victimario, es porque antes fue víctima de abandono.
Si México no empieza a invertir en prevención, si no hay escuelas fortalecidas, salud emocional, deporte, cultura, empleos dignos y presencia real del Estado en los territorios, esto no va a parar.
Carlos Manzo no murió solo por un disparo.
Murió por un país que dejó de ver a sus jóvenes.
Y mientras sigamos normalizando esto, la cifra crecerá.
Más Carlos.
Más adolescentes armados.
Más vidas rotas.
Y después, claro, nos haremos los sorprendidos.
